El alto costo de ser madre.

 

Amy Glover Drake

 

La glorificación de la maternidad hace mucho daño a las mujeres, tanto a las que tienen hijos como a las que no.

Por Amy Glover Drake

I can bring home the bacon

fry it up in a pan,

and never let you forget you’re a man,

Cuz, I’ma woman!

Enjoli perfume commercial, for the 24-hour woman, 1980

La glorificación de la maternidad hace mucho daño a las mujeres, tanto a las que tienen hijos como a las que no. Ser madre es una gran responsabilidad con implicaciones de largo alcance para la vida de una mujer, tanto en lo personal como en lo profesional. No es un papel que todas deberíamos sentirnos obligadas a cumplir, ni es algo imprescindible para tener una vida plena. Y el hecho de que nuestra sociedad haga tan poco para apoyar a las mujeres y a las familias con niños, es una indicación de que el enaltecimiento de la maternidad cada 10 de mayo es más una lavada de consciencia colectiva que un verdadero reconocimiento del costo altísimo de ser madre.

Decidí ser madre porque fue el próximo paso más lógico después de haber estado casada cuatro años. No entendía lo que implicaba; jamás siquiera había cambiado un pañal y tampoco sentía un interés particularmente marcado por los niños. Pensé que ser madre era algo que debería hacer, otra meta a alcanzar. Y yo siempre fui una persona de metas.

Crecí con una mamá soltera en un entorno de clase media baja en EUA y veía a mi mamá sufrir cuando no podía pagar la renta. La cultura de la basura blanca - como a mi me divierte describirlo - no me es ajena. Hice la prepa en Sparks, Nevada, donde pocos leen, pero casi todos portan armas. Contaba los días para poder largarme, estudiar y convivir con personas a quienes les importaban las ideas.

Me encantaba ir a la escuela, estudiar y aprender. Tuve la suerte de tener muy buenos maestros, siempre en escuelas públicas, que me ayudaron a cumplir mi meta de poder estudiar en una universidad de la talla de Georgetown en Washington, DC.

Me presionaba mucho, siempre. No competía con otros, pero competía conmigo misma. Me encantaba la política, pero más la discusión de ideas alrededor de las políticas públicas y cómo podríamos construir sociedades más justas.

Fui el ejemplo de una mujer con ambiciones profesionales que se formó a finales del siglo pasado, cuando la idea de “tenerlo todo” sin quejarse fue la única opción. Nunca tuve una mentora, desconocía la palabra mindfulness, y no se discutía las bondades de un work-life balance. Nunca dudé de mi capacidad de obtener todo lo que quería, hasta que fuí madre y mi mundo cambió para siempre.

Siento que tengo la obligación de subrayar que amo a mis hijos. De eso no tengo ninguna duda, mientras tampoco niego que ser madre fue un gran desafío para mí, un papel que me hizo sufrir mucho, y una decisión que limitó mi crecimiento personal y profesional en muchos sentidos. Puedo amar a mis hijos y al mismo tiempo sentir una sensación de enojo hacía la realidad de lo que implica ser madre. Se vale.

Vine a México en 1997 a trabajar en un banco como gerente de manejo de riesgo; me encantaba mi trabajo y ganaba muy bien, el doble que mi esposo en ese momento. Pero cuando nació mi primer hijo sentí que ya no podía trabajar en un sector corporativo diseñado para hombres. Mis colegas varones contaban con esposas en casa, una subvención muy útil para su crecimiento profesional, pero yo no tenía esa suerte. Además, quería amamantar a mis hijos, pero hacerlo parada en el baño me cansaba. Como la gran mayoría de mis amigas en el banco, después de que mi hijo cumplió un año, renuncié.

Dejé de trabajar poco tiempo y cuando regresé al ruedo, trabajé medio tiempo por varios años; tardé diez años en recuperar el salario que había ganado antes de parir. Solía sentirme agotada físicamente y emocionalmente, frustrada porque no tenía suficiente tiempo para leer, escribir y estar sola. Sufrí y quedaron estas huellas en el cuerpo.

También aprendí mucho al ser madre, y mis hijos me regalaron de nuevo una infancia que en mi caso fue truncada por el divorcio de mis padres cuando tenía apenas cuatro años. Pasar las tardes con ellos vestida de mezclilla, ir a los parques y enseñarles a andar en bicicleta fueron placeres increíbles. Estas gratificaciones personales no eliminan, sin embargo, lo innecesariamente duro que fue balancear una vida profesional y personal con la maternidad.

Estoy consciente de que hay muchas mujeres menos afortunadas que yo que padecen consecuencias graves de todo índole, penurias, desilusión, abusos. El común denominador es toparnos con la pared de la maternidad y no poder realizarnos plenamente como seres humanos, ver nuestros sueños truncados; mientras tanto, los padres siguen su camino allanado por una sociedad hecha a la medida de sus vidas.

La idea de que podemos tenerlo todo es una falacia que mina el autoestima de las mujeres y establece metas inalcanzables, particularmente en sociedades como EUA y México donde no existen políticas públicas que apoyan a las familias (e.g., falta de guarderías públicas, ausencia de un derecho a la paternidad -cinco días no cuenta-, horarios escolares incompatibles con horarios laborales, etc.).

Como sociedad, en vez de celebrar con bomba y platillo el Día de la Madre, deberíamos reflexionar sobre qué se requiere para lograr que la maternidad no perjudique la vida de las mujeres. Una sociedad que no invierte en la construcción de instituciones públicas que amparen a las mujeres y a los niños, nunca será justa.

 

Amy Glover 🅰️

Co-Fundadora y CEO Agil-e

www.agil-e.com

 
 
 
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